Las enfermedades y plagas edáficas están causa­das por patógenos presentes en el suelo que merman considerablemente el rendimiento de cultivos sensibles, provocando incluso la muerte de las plantas. En este grupo de orga­nismos se incluyen nematodos, hongos, bacte­rias e incluso virus. La dificultad en su detección, su rápida expansión y las escasas medidas para su control las convierten en uno de los mayores problemas fitopatológicos en olivar.


 

Los hongos y nematodos son dos grupos de organismos en los que se incluyen la mayoría de los patógenos edáficos económicamente relevantes. Los nematodos son pequeños gusanos de cuerpo redondo o alargado, cuya longitud es menor de 1 mm y no tienen apéndices externos. Dentro de este grupo, podemos encontrar a los nematodos fitopatógenos que se caracterizan por poseer un estilete en la boca con el que absorben los jugos vegetales. Los nematodos prefieren los suelos arenosos, pero algunas especies son comunes en los suelos arcillosos y se ven afectados por la temperatura y la humedad del suelo. En olivar los daños causados por nemátodos fitoparásitos pueden observarse durante los primeros años de vida de los árboles o bajo condiciones de vivero, desconociéndose sus efectos en olivar adulto. Cerca de 100 especies pertenecientes a 47 géneros de nemátodos fitopatógenos han sido reportadas mundialmente atacando al olivo, pero entre las más importantes se consideran Meloidogyne incognita, Meloidogyne javanica, Pratylenchus vulnus, Tylenchulus semipenetrans y Helicotylenchus spp. La única forma de prevenir infecciones de nemátodos es usando material vegetativo sano. Para lograr esto es necesario asegurar que los árboles de trasplante no se encuentren infectados desde el vivero, y que los suelos en donde se van a sembrar los mismos, estén libres de nemátodos. En próximos artículos desarrollaremos el impacto de los nematodos en olivar.

La única forma de prevenir infecciones de nemátodos es usando material vegetativo sano, asegurar que los árboles no se encuentren infectados desde el vivero y que los suelos estén libres de nemátodos. 

Los hongos edáficos se han convertido en uno de los mayores problemas fitopatológicos en olivar. Su expansión depende de la temperatura y humedad del suelo. Los principales hongos fitopatógenos del olivar pertenecen a los taxones Ascomycota y Oomycota.  Los oomicetos son microorganismos que pro­ducen esporas flageladas que permiten una diseminación eficiente de la enfermedad, ya que, son capaces de nadar en los poros llenos de agua del suelo, transportándose así desde las raíces enfermas hasta las sanas. Además, la mayoría de los patógenos fúngicos producen esporas de reserva muy resistentes, que les permite sobrevivir durante largos períodos en el suelo. Entre estas estructuras de reserva se encuentran las clamidosporas, las oosporas y los esclerocios o microesclerocios, como es el caso de algunos ascomicetos como Verticillium dahliae.

La detección de los patógenos edáficos no resulta fácil has­ta que no se aprecian árboles sintomáticos. La sintomatología pue­den parecerse a las causadas por otros tipos de estrés biótico o abiótico, como deficiencias nutricionales, en la que la apariencia general de las plantas afectadas es similar, generando confusión en el diagnóstico. Las muestras visuales más comunes son marchitamiento, clorosis, seca de hojas y ramas y decaimiento general del árbol. Estos síntomas visuales en la parte aérea de los árboles corresponden a los daños causados por los patógenos del suelo que ser pueden dividir en dos tipos:

  • Daños en las raíces y/o en la base del tallo
  • Daños en el sistema vascular.
Daños en las raíces y/o en la base del tallo

Causados por la infección de las raíces por parte del patógeno que las destruye hasta el punto de que planta no puede absorber o transportar agua y nutrien­tes y muere. En olivar, los hongos de suelo más comunes que generan este tipo de daño pertenecen a los géneros Phytophthora sp, Pythium sp y Fusarium sp responsables de la «podredumbre de las raicillas» o «seca/muerte de los olivos jóvenes» cuya incidencia está incrementando rápidamente. La intensidad de la afección puede variar dependiendo del estado nutricional, hídrico y fisiológico de la planta, la edad, el tipo de suelo y de cultivar, ya que las variedades muestran diferencias de susceptibilidad a la enfermedad.

Cuando las condiciones de temperaturas de moderadas a cálidas y la humedad del suelo es prolongada, los hongos colonizan las raíces absorbentes provocando su podredumbre y en ocasiones muy severas necrosis, con pérdida casi total de las raicillas secundarias afectando incluso al cuello y la parte baja del tallo. Es especialmente grave en olivares jóvenes o estacas, aunque los adultos son más resistentes se ha llegado a constatar su muerte en rodales en condiciones muy favorables para infección. Los olivos afectados se localizan normalmente en zonas bajas donde se producen encharcamientos continuados, ya sea por abundantes precipitaciones, una gestión deficiente del riego o en terrenos muy arcillosos o “bujeos”. Los suelos con pH ácido y de textura arenosa son los preferidos por el género Fusarium sp. El tejido muerto afectado que permanece en el suelo constituye el inóculo para futuras infecciones y la maquinaria agrícola puede ayudar a diseminarlo.

Daños en el sistema vascular

Los hongos del suelo colonizan el sistema vascular obstruyendo los vasos xilemáticos impidiendo la circulación de la savia lo que provoca marchitez general de la planta, inicialmente en las hojas más jó­venes y se hace más evidente a medida que avanza la enfermedad, llegando incluso a matarla completamente.

Una de las enfermedades vasculares más conocidas y devastadoras en olivar es la Verticilosis que sin lugar a duda es uno de los problemas sanitarios más importantes del olivar español en la actualidad, principalmente porque no existe un método de control químico efectivo para combatirla. El agente causal es el hongo Verticillium dahliae que puede sobrevivir en el suelo durante muchos años en forma de microesclerocios, incluso en ausencia de plantas huéspedes; su diseminación está asociada al movimiento de materiales contaminados (planta, suelo, agua, herramientas). El micelio de este hongo tiene la capacidad de infectar a las plantas a través de las raíces sanas o por heridas. Después de la invasión de la raíz, el micelio pasa al sistema vascular y coloniza la planta, ocasionando el desarrollo de los síntomas característicos, el decaimiento lento se produce el momificado de las inflorescencias, permaneciendo adheridas a las ramas al igual que las hojas más jóvenes en los ápices de los brotes, acompañado de una defoliación de las hojas viejas. Y la apoplejía rápida que se suele manifestar en otoño e invierno, con una rápida clorosis y necrosis de las hojas y una rápida seca de brotes y ramaje, empezando desde la punta y avanzando hasta la base de las ramas; en olivos jóvenes se produce la muerte del árbol entero, mientras que en olivos viejos se dan secas parciales. Los síntomas suelen ser más frecuentes y graves en las estaciones húmedas, o en áreas donde el suelo es excesivamente húmedo, haciéndose más patente en aquellas plantaciones que se emplean altas dotaciones de riego. Una característica propia de la infección es el oscurecimiento del xilema, aunque este síntoma no ocurre siempre.

Un estudio reciente publicado por la Universidad de Córdoba, la Universidad de Valencia y el Instituto de Agricultura Sostenible (CSIC) ha demostrado que la verticilosis del olivo «es una enfermedad mucho más compleja de lo que se pensaba hasta la fecha». A través del estudio de la dinámica del microbioma de las raíces infectadas han concluido que «Varios tipos de hongos, bacterias y protozoos actúan como un consorcio para atacar al árbol». También entran en juego una serie de microbios oportunistas, como nematodos y amebas que, aunque inicialmente no participan en la infección, se alimentan de las sustancias que generan las defensas del olivo para contrarrestar el ataque.

A nivel general, los síntomas provocados por las enfermedades edáficas se pueden confundir fácilmente con falta de agua y dar lugar a riegos más abundantes y frecuen­tes, lo que por sí solo puede incrementar la dispersión de la infección. Las plantas afectadas por patógenos edáficos aparecen en manchas o puntualmente dentro de las lí­neas de cultivo, ya que, al comienzo del desarrollo de la enfermedad no son comunes afecciones homogéneas y generalizadas que cubran todo un campo.

La identificación del agente causal y el diagnóstico de la enfermedad es esencial, ya que son diferentes los patógenos y otras razones ambientales los que pueden producir síntomas similares. Para un diagnóstico fiable se requieren laboratorios especializados. El control será diferente en función del patógeno concreto, donde para un control exitoso resulta esen­cial el conocimiento de la relación hospedador vs patógeno.

El diagnóstico de la enfermedad es esencial, ya que son diferentes los patógenos y otras razones ambientales los que pueden producir síntomas similares. 

ORGANISMOS BENEFICIOSOS Y SAPRÓFITOS

Hay que recordar que en el suelo no sólo viven micror­ganismos patógenos, el 99% de los microorganismos que viven en un suelo agrícola no lo son. La mayoría son saprófitos, lo que significa que están in­volucrados en la descomposición y mineralización de la materia orgánica muerta, esencial para mantener la fertilidad química y física del suelo. Los insectos y los ácaros inician el triturado de la materia orgánica, las lombrices de tierra continúan transformando la materia orgánica en humus, a continuación, los nematodos refinan el producto, se­guidos por los hongos que participan en la agregación de la materia orgánica, y finalmente las bacterias conti­núan con la mineralización y la oxidación o reducción de los minerales, que los ponen a disposición de las raíces de las plantas. De aquí la importancia de mantener vivo el suelo y proteger su biodiversidad. 

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